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Ayer eutanasié a un perro. Es el tercer paciente en 3 días al que he visto dar su último aliento.

Cuando empecé a estudiar Medicina Veterinaria lo hice con tanta esperanza y alegría. Los animales ya no sufrirán, haré que vivan plenamente. Por una parte sí lo he logrado, por otra, no. Cuando me familiaricé por primera vez con la eutanasia, les soy sincera, me asqueé. ¿Cómo puede ser que alguien que dedique su vida al cuidado de animales sea responsable porque un corazón deje de latir? ¿Acaso no estamos aquí para evitar eso? Sí y no.

Poco a poco se me fueron abriendo los ojos, dejé de ver en blanco y negro. La primera vez que presencié una eutanasia fue algo muy sorprendente. Saber que un minuto ese cuerpo estaría lleno de prana y que luego… no. La temperatura poco a poco desciende. Los ojos se cierran, el cuerpo se vuelve pesado, la consciencia se escapa de sus manos. 

Algo muy interesante. Como Médicos Veterinarios optamos por la eutanasia cuando el animal ya está sufriendo mucho, cuando el dolor se hace insoportable, cuando los días pasan y lo que se experimenta ya no es «vida». Que deje de sufrir, es nuestra razón y consuelo. Sin embargo, alguien una vez me dijo: ¿cómo sabés realmente que ellos no desean seguir viviendo? Realmente no lo sabemos, nadie lo sabe. 

¿Quiénes somos nosotros para darnos el derecho a decidir cuándo ponerle final a una vida? Nadie. Esto es una cuestión tan compleja y tan profunda que no creo jamás encontrar una respuesta con la cual me sienta completamente satisfecha.

¿Qué puedo hacer yo entonces? Seguir con mi propósito como Médico Veterinaria: proveerles de una vida y muerte digna a aquéllos que no tienen voz, que dependen de nosotros para sobrevivir, quienes de su forma muy particular nos demuestran que nos AMAN. Sí, los animales aman. Ellos son mil veces más nobles e inocentes que el animal más desarrollado, y aún así, recurren a nosotros.

Es por eso que cuando me veo en la terrible situación de tener que decirle al dueño que el paciente ya está sufriendo mucho, que calidad de vida está muy deteriorada, se me hace un nudo en la garganta porque yo ya he pasado por esto: perder a tu mejor amigo. Hay tantas cosas que pasan por mi mente mientras estoy cargando la jeringa con el anestésico: ¿tuvo una vida plena?, se quedará dormido, ya no sentirá más dolor, estará más tranquilo, ya no tendrá que sufrir por los errores que cometemos los humanos.

Me acerco a esta bella criatura y lo miro a los ojos. Ya todo estará bien, bebé. Shhh… Le rasco las orejas, le sobo la cabeza. Ya no sentirás más dolor, estarás tranquilo, lindo. Sí, yo lo sé, pero te prometo que haré todo lo que esté en mi poder para que no sientas más dolor. Tan lindo que eres. Shhh… Ya va a estar.

Sus ojos se hacen pesados, su cabeza va cayendo hacia un lado, todo su cuerpo se relaja. Ahora el dolor ya no estará presente, desaparecerá en el aire. No tengas miedo, yo estoy aquí, te acompaño en tu viaje. Eso es, descansa.

 

Don’t go my friend, don’t go por perolo

En honor a Peluche, Lobo y Canelo. 

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